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domingo, 23 de febrero de 2014

A propósito de Ucrania y Venezuela : La espada de Damócles : un cuento sin fin

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LA ESPADA DE DAMÓCLES

Érase una vez un rey llamado Dionisio I El Viejo, soberano de Siracusa.

Vivía en un suntuoso palacio en donde las riquezas abundaban, en especial por las obras de arte, el lujo, la exquisita y fina cocina, las lindas mujeres y el refinamiento de los cortesanos. 
 
Había mucha gente que lo envidiaba por el poder que ostentaba y por su incalculable fortuna. Uno de ellos era Damocles, un cortesano que se dedicaba a la intriga, al ocio, y en especial a envidiar a su rey, uno de sus 'mejores amigos'.

-¡Qué afortunado eres; cuentas con todo lo que un ser humano puede aspirar! Dudo que exista alguien más feliz que tú-, solía repetirle.

-¿En verdad, Damocles, crees que soy más feliz que los demás?

Damocles, que pensaba que la felicidad consistía en el tener y en el poder, le respondió:

-Sí, en verdad creo que eres no sólo el más feliz de nosotros, sino el más feliz del mundo.

Si te gusta tanto esto, ¿por qué no cambiamos de lugar por un día?

-Sólo en sueños lo había pensado, mi rey. Sí, me encantaría disfrutar de tus placeres y riquezas aunque sea sólo por un día y al igual que tú, no tener ninguna preocupación.

-Está bien. Cambiemos; tú serás el rey y yo el cortesano; pero sólo por un día.

Así lo convinieron para el día siguiente. La corte y los criados quedaron de tratar a Damocles como si fuera el rey. Le colocaron la corona de oro y diamantes y le pusieron el manto real.

Damocles se hizo servir en la sala de banquetes, los mejores vinos y la más deliciosa comida. Al escuchar la música, dedicada a él, al sentirse halagado y admirado, no pudo menos que pensar que era el hombre más feliz del mundo.

-Esto si que es vida-, le dijo al rey, quien estaba sentado al otro extremo de la mesa. Estoy disfrutando como nunca.

Al beber el mejor de los vinos en una copa de oro, miró hacia lo alto. ¿Qué era lo que pendía de arriba, un objeto cuya punta casi le tocaba la cabeza? Sobre su cabeza pendía una afilada espada, atada al techo por un delgado hilo.
 
 Como pudo, hizo acallar la música y sólo con la mirada desdeñaba los ricos manjares que iban sirviéndole. No se atrevía a huir, aunque era su único anhelo.  El hilo era demasiado delgado; bastaba un pequeño vaivén para que se cortara y se enterrará en su cabeza. 

-Amigo, ¿qué te pasa?- preguntó Dionisio. -Da la impresión que nada te interesa. Hiciste callar la música, derramaste la copa de vino y hasta has perdido el apetito.

¿Acaso no ves la espada pendiendo de un hilo sobre mí? -, preguntó Damocles.

-Sí, claro que la veo. Siempre pende sobre mi cabeza. La veo a cada instante. Siempre está el peligro de que caiga, no sólo por su propio peso, sino que el hilo sea cortado por alguien. Puede ser un asesor envidioso de mi poder que quiera asesinarme. También puede ser alguien que quiera derrocarme propagando mentiras en mi contra. Puede suceder que un reino vecino venga a atacarnos, me asesine para quitarme el trono y así extender su poderío. Asimismo, puedo equivocarme en alguna de mis decisiones y esto provoque mi caída.

-Mira Damocles-, continuó el rey, -si quieres ser monarca, tienes que estar dispuesto a aceptar estos riesgos que son parte del poder.

Damocles, muy asustado, apenas se atrevía a responder. Veía la espada y se atragantaba de miedo.

-Rey mío, ahora veo que estaba equivocado. Además de la riqueza, el poder y la fama, tienes mucho que hacer, mucho en que pensar. Por favor, ocupa tu lugar y déjame volver a casa. Ese es mi anhelo supremo.
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NOTA EDITOR : Quizás el autor de esta antigua leyenda olvidó agregar que un buen antídoto para combatir la angustia que produce la espada pendiente sobre la cabeza de todo ser humano es conseguir más y más poder.

3 comentarios:

  1. Faltó agregar al final de esta breve historia que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

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  2. El poder como cualquier otro instrumento es un arma de doble filo.

    Por un lado trae beneficios muy visibles, pero por otra, graves riesgos para todos.

    El ejemplo más típico es el de la pistola en casa que ha terminado con la muerte de un ser querido de la familia.

    Sin embargo, nadie puede razonablemente evitar sus usos. Para este efecto se deben tomar sabias y prudentes medidas de precaución que en el caso de la pistola son demasiado obvias, pero que en el caso del ejercicio del poder son menos evidentes.

    Por ello, en el mundo civilizado actual, se han creado los sistemas democráticos que por lo general ponen un tope efectivo a la reelección de autoridades.

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  3. Otra solución sería que los dictadores pudiesen contar con un colaborador que les recordase cada mañana su real condición y sus verdaderas limitaciones.

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