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DE : WWW.EL MERCURIO.COM /BLOGS
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"Terror en la educación"
."La culpa del terror que denuncia la Presidenta la tiene quien está llamado a introducir racionalidad al debate educativo: el propio Gobierno y algunos parlamentarios, que, en vez de atender las denuncias de los jóvenes, se han dedicado a jugar a ser ellos..."
La Presidenta acaba de quejarse, durante su gira por España, de que la reforma educacional padece una campaña del terror. Se refería así al conjunto de anuncios radiales y manifestaciones —todos pagados, agregó— en los que se exageran las consecuencias, supuestamente dañinas, de la reforma.
¿Tiene razón al quejarse?
Sí.
Pero la tiene a condición de reconocer que si bien algunos sectores de oposición se han dedicado a esparcir el temor acerca de la reforma educativa, ello ha sido una consecuencia del hecho de que el Gobierno se ha dedicado, por su parte, a esparcir una confianza irreflexiva, y excesiva, en ella.
Tanto el temor como la confianza excesivos son sentimientos adolescentes, es decir, carentes de matices, o, en otras palabras, de racionalidad.
¿Tiene razón al quejarse?
Sí.
Pero la tiene a condición de reconocer que si bien algunos sectores de oposición se han dedicado a esparcir el temor acerca de la reforma educativa, ello ha sido una consecuencia del hecho de que el Gobierno se ha dedicado, por su parte, a esparcir una confianza irreflexiva, y excesiva, en ella.
Tanto el temor como la confianza excesivos son sentimientos adolescentes, es decir, carentes de matices, o, en otras palabras, de racionalidad.
Los adolescentes son seres humanos que, por asomarse recién a la experiencia humana, experimentan todo lo que ocurre en ella como amenaza o como promesa.
Eso es lo que les está ocurriendo hoy día a la oposición y al Gobierno. Según la primera, la reforma acabará con la libertad de los padres y encadenará a sus hijos a los establecimientos estatales; según el segundo, la reforma es el principio de una aurora en la que se disiparán buena parte de los males, la desigualdad, la exclusión, que aquejan a la sociedad chilena.
Temor irreflexivo, por una parte; entusiasmo utópico, por la otra.
Las palabras de la Presidenta, para ser justas, debieran entonces apuntar a un fenómeno que padece la totalidad del espacio público chileno y de lo que el temor excesivo de algunos y la confianza igualmente excesiva de otros son apenas síntomas: la falta de deliberación racional.
Y en medio de ese panorama, la culpa principal la tiene el Gobierno. Esto, por supuesto, no libera de culpas a la oposición; pero quien está en el gobierno es quien debiera incrementar los niveles de racionalidad del debate en vez de contribuir a disminuirlos.
El Gobierno ha aliñado su programa y sus medidas (la mayor parte de ellas a primera vista correctas) con un discurso redentor que posee rasgos más religiosos que políticos.
Temor irreflexivo, por una parte; entusiasmo utópico, por la otra.
Las palabras de la Presidenta, para ser justas, debieran entonces apuntar a un fenómeno que padece la totalidad del espacio público chileno y de lo que el temor excesivo de algunos y la confianza igualmente excesiva de otros son apenas síntomas: la falta de deliberación racional.
Y en medio de ese panorama, la culpa principal la tiene el Gobierno. Esto, por supuesto, no libera de culpas a la oposición; pero quien está en el gobierno es quien debiera incrementar los niveles de racionalidad del debate en vez de contribuir a disminuirlos.
El Gobierno ha aliñado su programa y sus medidas (la mayor parte de ellas a primera vista correctas) con un discurso redentor que posee rasgos más religiosos que políticos.
La responsabilidad principal de esto, no vale la pena ocultarlo, le cabe al ministro Eyzaguirre, quien ha disimulado su falta de familiaridad con el problema, con generalidades de índole moral.
Él ha sustituido su obvia falta de conocimiento del problema del que debe ocuparse, con el fervor acerca de las supuestas consecuencias que se seguirían de resolverlo.
Ha sustituido el ánimo reformista, que requiere conocimiento, con el entusiasmo redentor, para el que basta el entusiasmo. La exclusión, la segregación y la desigualdad que padece la sociedad chilena, de pronto serán sanadas por la reforma educacional. Disipados el lucro, la selección y el copago, se dice, se sentarán las bases para que los chilenos se reconozcan como iguales, la meritocracia se entronice como el principio para distribuir recursos y el principio hereditario se debilite.
Es como si el Gobierno en su conjunto no solo aspirara a comprender la queja que los jóvenes manifestaron el año 2011, una queja del todo justificada, sino como si además cada partícipe del espacio público, especialmente miembros del Congreso y ministros, jugaran de pronto a ser ellos. Como si el hecho de que los jóvenes tuvieran razón al denunciar un problema, acreditara que tienen razón también a la hora de saber cómo resolverlo.
Así, entonces, no es el terror que la Presidenta denuncia lo que está caracterizando el debate acerca de las reformas educacionales, sino algo peor: la falta de reflexión y de moderación racionales.
¿Qué pudo ocurrir para que el espacio público chileno a propósito de la educación comenzara a moverse, con tanto fervor, entre sentimientos tan básicos como el temor y el entusiasmo?
La explicación radica quizá en el hecho de que, por razones que habría que dilucidar, se ha instituido a la educación como la causa y el remedio de todos los males de la sociedad chilena.
Es como si el Gobierno en su conjunto no solo aspirara a comprender la queja que los jóvenes manifestaron el año 2011, una queja del todo justificada, sino como si además cada partícipe del espacio público, especialmente miembros del Congreso y ministros, jugaran de pronto a ser ellos. Como si el hecho de que los jóvenes tuvieran razón al denunciar un problema, acreditara que tienen razón también a la hora de saber cómo resolverlo.
Así, entonces, no es el terror que la Presidenta denuncia lo que está caracterizando el debate acerca de las reformas educacionales, sino algo peor: la falta de reflexión y de moderación racionales.
¿Qué pudo ocurrir para que el espacio público chileno a propósito de la educación comenzara a moverse, con tanto fervor, entre sentimientos tan básicos como el temor y el entusiasmo?
La explicación radica quizá en el hecho de que, por razones que habría que dilucidar, se ha instituido a la educación como la causa y el remedio de todos los males de la sociedad chilena.
Ciertos sectores de izquierda, que han logrado hegemonizar el discurso presidencial, han creído ver en la educación el remedio a todas las patologías de la modernización capitalista. Molestos con la modernización capitalista, pero incapaces de imaginar alternativas (como dijo Zizek, hoy es más fácil imaginar que el mundo acabe, a que termine el capitalismo), han transferido todas sus molestias y todos sus entusiasmos al problema educativo.
Y el resultado está a la vista: todos jugando a ser adolescentes.
Y el resultado está a la vista: todos jugando a ser adolescentes.
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