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Hace dos siglos, cuando fray Camilo Henríquez empezó a publicar La Aurora de Chile, estaba consciente de que inauguraba una etapa histórica: "Los sanos principios, el conocimiento de nuestros eternos derechos, las verdades sólidas y útiles van a difundirse entre todas las clases del Estado".
El juicio histórico le dio la razón. Según Miguel Luis Amunátegui, para los realistas, el periódico fue "más dañoso que la fabricación de armas o el levantamiento de un ejército".
Pese al tiempo transcurrido, los medios escritos siguen siendo una poderosa herramienta de defensa del pensamiento democrático. Pero, por eso mismo, se les combate. Es lo que ocurre en Venezuela y en otros lugares del continente. Nicolás Maduro no deja dudas acerca de sus propósitos: "Me van a llamar dictador, pero vamos a endurecer las normas para que se acabe el amarillismo y la propaganda que se alimenta de la sangre y la muerte".
Todos los gobiernos, cualquiera sea su signo o la forma como llegó al poder, consideran casi invariablemente a la prensa libre como una amenaza. Hoy, en Estados Unidos, la divulgación de informaciones obtenidas clandestinamente por los servicios secretos se considera un peligro para la seguridad nacional. Otras democracias preferirían menos denuncias al tiempo que exigen más "responsabilidad".
El riesgo para el periodismo no solo proviene de las esferas oficiales. Los regímenes que coartan la labor informativa suelen coincidir con amenazas aun más violentas, provenientes de delincuentes y narcotraficantes.
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Hace dos siglos, cuando fray Camilo Henríquez empezó a publicar La Aurora de Chile, estaba consciente de que inauguraba una etapa histórica: "Los sanos principios, el conocimiento de nuestros eternos derechos, las verdades sólidas y útiles van a difundirse entre todas las clases del Estado".
El juicio histórico le dio la razón. Según Miguel Luis Amunátegui, para los realistas, el periódico fue "más dañoso que la fabricación de armas o el levantamiento de un ejército".
Pese al tiempo transcurrido, los medios escritos siguen siendo una poderosa herramienta de defensa del pensamiento democrático. Pero, por eso mismo, se les combate. Es lo que ocurre en Venezuela y en otros lugares del continente. Nicolás Maduro no deja dudas acerca de sus propósitos: "Me van a llamar dictador, pero vamos a endurecer las normas para que se acabe el amarillismo y la propaganda que se alimenta de la sangre y la muerte".
Todos los gobiernos, cualquiera sea su signo o la forma como llegó al poder, consideran casi invariablemente a la prensa libre como una amenaza. Hoy, en Estados Unidos, la divulgación de informaciones obtenidas clandestinamente por los servicios secretos se considera un peligro para la seguridad nacional. Otras democracias preferirían menos denuncias al tiempo que exigen más "responsabilidad".
El riesgo para el periodismo no solo proviene de las esferas oficiales. Los regímenes que coartan la labor informativa suelen coincidir con amenazas aun más violentas, provenientes de delincuentes y narcotraficantes.
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