DIFICULTADES DE ADAPTACION DE LAS UNIVERSIDADES A UNA NUEVA REALIDAD.D
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DE : EL MERCURIO.COM/EDITORIAL
"Este año se sumaron tres nuevas universidades al sistema único de admisiones. Sin embargo, las postulaciones disminuyeron en 2,9%, alcanzando casi a 154 mil 500. Ello ocurre a pesar de que el número de quienes rindieron la PSU se incrementó en dos mil 500 personas.
¿Significa esto que las universidades perdieron, en el margen, atractivo? Es muy pronto para saberlo. Los cambios no son tan significativos y pueden deberse a diversos factores. La pedagogía, por ejemplo, que en algún momento fue una opción para personas de bajo puntaje, dejó de serlo hace dos años. Así, a partir del proceso de admisión 2017 se comenzó a exigir un puntaje mínimo de postulación a esta carrera. Este hecho puede haber cambiado las estrategias de postulación, con efectos que han demorado en hacerse notar.
Asimismo, hay cada vez más información sobre ingresos y empleabilidad de las carreras. Ella revela que, en promedio, las universidades tienen un alto retorno para sus estudiantes, pero que hay mucha heterogeneidad. En ese sentido, para muchas personas puede ser más atractivo cursar estudios en un instituto profesional o en un centro de formación técnica que en una universidad. Puede haber aquí un reequilibrio en las preferencias que explique las variaciones en las postulaciones. En este contexto, es razonable que haya fluctuaciones de año en año en las decisiones de matrícula de los jóvenes.
Pero también pueden estar ocurriendo otros fenómenos de carácter más estructural.
La excesiva profesionalización que se evidencia en la formación universitaria le resta flexibilidad para adaptarse a las transformaciones que se suceden en el mundo actual. A diferencia de lo que ocurre en diversas latitudes en que las universidades se centran primordialmente en otorgar grados academicos, las instituciones chilenas entregan títulos profesionales, lo que marca mucho su desarrollo. Estos son dados por facultades que, además, asocian a académicos que luego quieren enseñar los contenidos que dominan en el pregrado. La formación se vuelve así muy especializada y rígida, aunque -paradójicamente- no particularmente aplicada. Ello impide que los jóvenes que ingresan, llamados a ocupar posiciones de liderazgo, puedan encontrar un más apropiado camino de preparación ante un futuro incierto. Las universidades de países desarrollados, en cambio, están buscando formaciones menos especializadas y más transversales.
En contraste, los institutos profesionales y centros de formación técnica son mucho más flexibles a la hora de articular programas, y responden mejor a los cambios vertiginosos que observamos en el ámbito de la especialización aplicada, en parte porque sus programas son más breves y, además, se pueden reorganizar con más rapidez. Así, podemos estar observando un fenómeno que revela las dificultades de adaptación de las universidades al momento que estamos viviendo. Este año se sumaron tres nuevas universidades al sistema único de admisiones. Sin embargo, las postulaciones disminuyeron en 2,9%, alcanzando casi a 154 mil 500. Ello ocurre a pesar de que el número de quienes rindieron la PSU se incrementó en dos mil 500 personas. ¿Significa esto que las universidades perdieron, en el margen, atractivo? Es muy pronto para saberlo. Los cambios no son tan significativos y pueden deberse a diversos factores. La pedagogía, por ejemplo, que en algún momento fue una opción para personas de bajo puntaje, dejó de serlo hace dos años. Así, a partir del proceso de admisión 2017 se comenzó a exigir un puntaje mínimo de postulación a esta carrera. Este hecho puede haber cambiado las estrategias de postulación, con efectos que han demorado en hacerse notar.
Asimismo, hay cada vez más información sobre ingresos y empleabilidad de las carreras. Ella revela que, en promedio, las universidades tienen un alto retorno para sus estudiantes, pero que hay mucha heterogeneidad. En ese sentido, para muchas personas puede ser más atractivo cursar estudios en un instituto profesional o en un centro de formación técnica que en una universidad. Puede haber aquí un reequilibrio en las preferencias que explique las variaciones en las postulaciones. En este contexto, es razonable que haya fluctuaciones de año en año en las decisiones de matrícula de los jóvenes.
Pero también pueden estar ocurriendo otros fenómenos de carácter más estructural. La excesiva profesionalización que se evidencia en la formación universitaria le resta flexibilidad para adaptarse a las transformaciones que se suceden en el mundo actual. A diferencia de lo que ocurre en diversas latitudes en que las universidades se centran primordialmente en otorgar grados academicos, las instituciones chilenas entregan títulos profesionales, lo que marca mucho su desarrollo. Estos son dados por facultades que, además, asocian a académicos que luego quieren enseñar los contenidos que dominan en el pregrado. La formación se vuelve así muy especializada y rígida, aunque -paradójicamente- no particularmente aplicada. Ello impide que los jóvenes que ingresan, llamados a ocupar posiciones de liderazgo, puedan encontrar un más apropiado camino de preparación ante un futuro incierto. Las universidades de países desarrollados, en cambio, están buscando formaciones menos especializadas y más transversales.
En contraste, los institutos profesionales y centros de formación técnica son mucho más flexibles a la hora de articular programas, y responden mejor a los cambios vertiginosos que observamos en el ámbito de la especialización aplicada, en parte porque sus programas son más breves y, además, se pueden reorganizar con más rapidez. Este año se sumaron tres nuevas universidades al sistema único de admisiones. Sin embargo, las postulaciones disminuyeron en 2,9%, alcanzando casi a 154 mil 500. Ello ocurre a pesar de que el número de quienes rindieron la PSU se incrementó en dos mil 500 personas. ¿Significa esto que las universidades perdieron, en el margen, atractivo? Es muy pronto para saberlo. Los cambios no son tan significativos y pueden deberse a diversos factores. La pedagogía, por ejemplo, que en algún momento fue una opción para personas de bajo puntaje, dejó de serlo hace dos años. Así, a partir del proceso de admisión 2017 se comenzó a exigir un puntaje mínimo de postulación a esta carrera. Este hecho puede haber cambiado las estrategias de postulación, con efectos que han demorado en hacerse notar.
Asimismo, hay cada vez más información sobre ingresos y empleabilidad de las carreras. Ella revela que, en promedio, las universidades tienen un alto retorno para sus estudiantes, pero que hay mucha heterogeneidad. En ese sentido, para muchas personas puede ser más atractivo cursar estudios en un instituto profesional o en un centro de formación técnica que en una universidad. Puede haber aquí un reequilibrio en las preferencias que explique las variaciones en las postulaciones. En este contexto, es razonable que haya fluctuaciones de año en año en las decisiones de matrícula de los jóvenes.
Pero también pueden estar ocurriendo otros fenómenos de carácter más estructural. La excesiva profesionalización que se evidencia en la formación universitaria le resta flexibilidad para adaptarse a las transformaciones que se suceden en el mundo actual. A diferencia de lo que ocurre en diversas latitudes en que las universidades se centran primordialmente en otorgar grados academicos, las instituciones chilenas entregan títulos profesionales, lo que marca mucho su desarrollo. Estos son dados por facultades que, además, asocian a académicos que luego quieren enseñar los contenidos que dominan en el pregrado. La formación se vuelve así muy especializada y rígida, aunque -paradójicamente- no particularmente aplicada. Ello impide que los jóvenes que ingresan, llamados a ocupar posiciones de liderazgo, puedan encontrar un más apropiado camino de preparación ante un futuro incierto. Las universidades de países desarrollados, en cambio, están buscando formaciones menos especializadas y más transversales.
En contraste, los institutos profesionales y centros de formación técnica son mucho más flexibles a la hora de articular programas, y responden mejor a los cambios vertiginosos que observamos en el ámbito de la especialización aplicada, en parte porque sus programas son más breves y, además, se pueden reorganizar con más rapidez.
Así, podemos estar observando un fenómeno que revela las dificultades de adaptación de las universidades al momento que estamos viviendo.
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DE : EL MERCURIO.COM/EDITORIAL
"Este año se sumaron tres nuevas universidades al sistema único de admisiones. Sin embargo, las postulaciones disminuyeron en 2,9%, alcanzando casi a 154 mil 500. Ello ocurre a pesar de que el número de quienes rindieron la PSU se incrementó en dos mil 500 personas.
¿Significa esto que las universidades perdieron, en el margen, atractivo? Es muy pronto para saberlo. Los cambios no son tan significativos y pueden deberse a diversos factores. La pedagogía, por ejemplo, que en algún momento fue una opción para personas de bajo puntaje, dejó de serlo hace dos años. Así, a partir del proceso de admisión 2017 se comenzó a exigir un puntaje mínimo de postulación a esta carrera. Este hecho puede haber cambiado las estrategias de postulación, con efectos que han demorado en hacerse notar.
Asimismo, hay cada vez más información sobre ingresos y empleabilidad de las carreras. Ella revela que, en promedio, las universidades tienen un alto retorno para sus estudiantes, pero que hay mucha heterogeneidad. En ese sentido, para muchas personas puede ser más atractivo cursar estudios en un instituto profesional o en un centro de formación técnica que en una universidad. Puede haber aquí un reequilibrio en las preferencias que explique las variaciones en las postulaciones. En este contexto, es razonable que haya fluctuaciones de año en año en las decisiones de matrícula de los jóvenes.
Pero también pueden estar ocurriendo otros fenómenos de carácter más estructural.
La excesiva profesionalización que se evidencia en la formación universitaria le resta flexibilidad para adaptarse a las transformaciones que se suceden en el mundo actual. A diferencia de lo que ocurre en diversas latitudes en que las universidades se centran primordialmente en otorgar grados academicos, las instituciones chilenas entregan títulos profesionales, lo que marca mucho su desarrollo. Estos son dados por facultades que, además, asocian a académicos que luego quieren enseñar los contenidos que dominan en el pregrado. La formación se vuelve así muy especializada y rígida, aunque -paradójicamente- no particularmente aplicada. Ello impide que los jóvenes que ingresan, llamados a ocupar posiciones de liderazgo, puedan encontrar un más apropiado camino de preparación ante un futuro incierto. Las universidades de países desarrollados, en cambio, están buscando formaciones menos especializadas y más transversales.
En contraste, los institutos profesionales y centros de formación técnica son mucho más flexibles a la hora de articular programas, y responden mejor a los cambios vertiginosos que observamos en el ámbito de la especialización aplicada, en parte porque sus programas son más breves y, además, se pueden reorganizar con más rapidez. Así, podemos estar observando un fenómeno que revela las dificultades de adaptación de las universidades al momento que estamos viviendo. Este año se sumaron tres nuevas universidades al sistema único de admisiones. Sin embargo, las postulaciones disminuyeron en 2,9%, alcanzando casi a 154 mil 500. Ello ocurre a pesar de que el número de quienes rindieron la PSU se incrementó en dos mil 500 personas. ¿Significa esto que las universidades perdieron, en el margen, atractivo? Es muy pronto para saberlo. Los cambios no son tan significativos y pueden deberse a diversos factores. La pedagogía, por ejemplo, que en algún momento fue una opción para personas de bajo puntaje, dejó de serlo hace dos años. Así, a partir del proceso de admisión 2017 se comenzó a exigir un puntaje mínimo de postulación a esta carrera. Este hecho puede haber cambiado las estrategias de postulación, con efectos que han demorado en hacerse notar.
Asimismo, hay cada vez más información sobre ingresos y empleabilidad de las carreras. Ella revela que, en promedio, las universidades tienen un alto retorno para sus estudiantes, pero que hay mucha heterogeneidad. En ese sentido, para muchas personas puede ser más atractivo cursar estudios en un instituto profesional o en un centro de formación técnica que en una universidad. Puede haber aquí un reequilibrio en las preferencias que explique las variaciones en las postulaciones. En este contexto, es razonable que haya fluctuaciones de año en año en las decisiones de matrícula de los jóvenes.
Pero también pueden estar ocurriendo otros fenómenos de carácter más estructural. La excesiva profesionalización que se evidencia en la formación universitaria le resta flexibilidad para adaptarse a las transformaciones que se suceden en el mundo actual. A diferencia de lo que ocurre en diversas latitudes en que las universidades se centran primordialmente en otorgar grados academicos, las instituciones chilenas entregan títulos profesionales, lo que marca mucho su desarrollo. Estos son dados por facultades que, además, asocian a académicos que luego quieren enseñar los contenidos que dominan en el pregrado. La formación se vuelve así muy especializada y rígida, aunque -paradójicamente- no particularmente aplicada. Ello impide que los jóvenes que ingresan, llamados a ocupar posiciones de liderazgo, puedan encontrar un más apropiado camino de preparación ante un futuro incierto. Las universidades de países desarrollados, en cambio, están buscando formaciones menos especializadas y más transversales.
En contraste, los institutos profesionales y centros de formación técnica son mucho más flexibles a la hora de articular programas, y responden mejor a los cambios vertiginosos que observamos en el ámbito de la especialización aplicada, en parte porque sus programas son más breves y, además, se pueden reorganizar con más rapidez. Este año se sumaron tres nuevas universidades al sistema único de admisiones. Sin embargo, las postulaciones disminuyeron en 2,9%, alcanzando casi a 154 mil 500. Ello ocurre a pesar de que el número de quienes rindieron la PSU se incrementó en dos mil 500 personas. ¿Significa esto que las universidades perdieron, en el margen, atractivo? Es muy pronto para saberlo. Los cambios no son tan significativos y pueden deberse a diversos factores. La pedagogía, por ejemplo, que en algún momento fue una opción para personas de bajo puntaje, dejó de serlo hace dos años. Así, a partir del proceso de admisión 2017 se comenzó a exigir un puntaje mínimo de postulación a esta carrera. Este hecho puede haber cambiado las estrategias de postulación, con efectos que han demorado en hacerse notar.
Asimismo, hay cada vez más información sobre ingresos y empleabilidad de las carreras. Ella revela que, en promedio, las universidades tienen un alto retorno para sus estudiantes, pero que hay mucha heterogeneidad. En ese sentido, para muchas personas puede ser más atractivo cursar estudios en un instituto profesional o en un centro de formación técnica que en una universidad. Puede haber aquí un reequilibrio en las preferencias que explique las variaciones en las postulaciones. En este contexto, es razonable que haya fluctuaciones de año en año en las decisiones de matrícula de los jóvenes.
Pero también pueden estar ocurriendo otros fenómenos de carácter más estructural. La excesiva profesionalización que se evidencia en la formación universitaria le resta flexibilidad para adaptarse a las transformaciones que se suceden en el mundo actual. A diferencia de lo que ocurre en diversas latitudes en que las universidades se centran primordialmente en otorgar grados academicos, las instituciones chilenas entregan títulos profesionales, lo que marca mucho su desarrollo. Estos son dados por facultades que, además, asocian a académicos que luego quieren enseñar los contenidos que dominan en el pregrado. La formación se vuelve así muy especializada y rígida, aunque -paradójicamente- no particularmente aplicada. Ello impide que los jóvenes que ingresan, llamados a ocupar posiciones de liderazgo, puedan encontrar un más apropiado camino de preparación ante un futuro incierto. Las universidades de países desarrollados, en cambio, están buscando formaciones menos especializadas y más transversales.
En contraste, los institutos profesionales y centros de formación técnica son mucho más flexibles a la hora de articular programas, y responden mejor a los cambios vertiginosos que observamos en el ámbito de la especialización aplicada, en parte porque sus programas son más breves y, además, se pueden reorganizar con más rapidez.
Así, podemos estar observando un fenómeno que revela las dificultades de adaptación de las universidades al momento que estamos viviendo.
Las mejores como la UCh, PUC , USACH. UdeC UAustral, UFSM. UAI. UAndes. PUCV. UdeV. o sea Ues top ten se abanican con buenos postulantes de colegios pagados de las comunas ricas desde donde nunca nos llegan alumnos.
ResponderEliminarLa UMCE se ve favorecida pero siguen sus alumnos en clases en enero y marzo para completar las semanas que nosotros eliminamos para poder iniciar el primer semestre en marzo casi normal.
Nosotros a la pelea por los 500 pts y con menos oferta podremos pasar la verguenza de no llenar cupos.