LA LARGA Y COMPLEJA HISTORIA DE LA MASONERÍA ESPAÑOLA.
UNA LARGA Y CONVULSA HISTORIA
Desde su instauración en el país, la masonería ha visto alternarse etapas de persecución con otras de tolerancia, incluso de influencia en los círculos de poder
La masonería ha estado envuelta desde sus orígenes en una aureola de misterio que ha dificultado su conocimiento. Extremismos ideológicos de todas las tendencias han contribuido a confundirla con una secta, una herejía o un grupo conspirativo. No es ninguna de estas cosas.
Sin embargo, parte de la masonería es también responsable de esta situación, al convertir la fábula y el mito en acontecimiento real, despreciando la objetividad e incluyendo en la nómina de la orden a figuras como Adán, Noé, Buda, Salomón o Jesucristo. Como cualquier otra institución, la masonería surgió en un tiempo y un espacio concretos. Y los suyos fueron los de la Europa de la Edad Media.
Los francmasones medievales
El origen de la masonería está relacionado con los gremios y cofradías medievales. Entre los siglos VIII y XI, el florecimiento de la arquitectura religiosa congregó en torno a los templos en construcción a los talleres de picapedreros y albañiles. Se transformaron en auténticas escuelas de arquitectura.
La máxima autoridad de la logia la ostentaba el maestro albañil. Los masones no solo conocían los secretos de su profesión, también estaban versados en el lenguaje misterioso de los símbolos. Daban un significado simbólico a sus herramientas: la escuadra, el compás y el nivel eran sus principales emblemas.
Separados del resto de los obreros, los francmasones tenían palabras de contraseña y toques para identificarse. Desde el instante de su iniciación, como aprendices, los masones juraban no revelar ni los secretos de su oficio ni los conocimientos simbólicos que se adquirían.
Dado que la construcción de grandes edificios laicos o religiosos solía durar años, las relaciones entre los miembros del taller se hacían muy sólidas. Cada logia poseía un fondo de solidaridad para satisfacer las necesidades de los afiliados enfermos o sin trabajo.
A partir del siglo XVII, lo novedoso fue el ingreso de personas cuya profesión nada tenía que ver con las artes constructivas
La edad de oro de esta masonería operativa tocó a su fin en el siglo XVI, con el término de los trabajos en las grandes catedrales. Sin embargo, en el XVII fueron incorporándose a las logias operativas que subsistían individuos procedentes de otros oficios relacionados con la construcción.
Pero lo realmente novedoso entonces fue el ingreso en los talleres masónicos de personas cuya profesión nada tenía que ver con las artes constructivas (médicos, literatos, abogados, aristócratas...). Fueron los llamados masones aceptados (accepted masons)
Las fraternidades masónicas acabaron quedando en manos de los aceptados.
Este paso cuajó plenamente en 1717, cuando cuatro logias londinenses fundaron la Gran Logia de Inglaterra. En ese año nace la masonería contemporánea.
Si los albañiles medievales levantaban catedrales, el templo que construirán los masones especulativos será de orden ético y moral.
La masonería se presenta como un centro de unión por encima de cualquier división política o religiosa, una institución, según sus propias fuentes, que “trabaja por el mejoramiento material y moral y por el perfeccionamiento espiritual, intelectual y social de toda la humanidad”.
La masonería llega a España
Los datos existentes atestiguan que la masonería especulativa fue introducida en España en el primer tercio del siglo XVIII.
Fue España la primera nación de la Europa continental que solicitó constituir una logia regular bajo la soberanía de la Gran Logia de Inglaterra. Corría el año 1728 cuando se creó esa primera logia en Madrid, en un hotelito de la calle Ancha de San Bernardo. Fue llamada La Matritense, French Arms o Tres Flores de Lys. Sus miembros eran todos militares extranjeros.
Por lo general, las escasas logias que durante la Ilustración tuvieron cierta presencia en la península vivieron una existencia fugaz, y en todos los casos estuvieron formadas por extranjeros. La razón de la nula presencia de españoles en estas logias radica en la prohibición que pesaba sobre las actividades masónicas: una desautorización que mantuvieron Felipe V, Fernando VI y Carlos III.
Todos ellos expidieron edictos en contra de las sociedades secretas, aplicando la bula del papa Clemente XII, que condenaba a la excomunión a los liberi muratori, o francmasones.
Desde el siglo XVIII hasta el XX se sucedieron no menos de 500 edictos eclesiásticos antimasónicos.
El Santo Oficio intervino en España a finales del XVIII, abriendo proceso a varios individuos a quienes sus vecinos delataron por comportamientos sospechosos. Solo unos pocos de los denunciados habían mostrado interés por la masonería, y los que lo habían hecho se aproximaron a ella más por ignorancia que por verdadero conocimiento de los fines que perseguía.
El despertar
Habrá que esperar a la invasión napoleónica para que la masonería despegue en nuestro país, y será el ejército invasor el que siembre de logias la geografía ibérica.
En realidad, por un lado estaban las logias de afrancesados, es decir, de opositores al régimen absolutista borbónico, que se sentían identificados con los planes revolucionarios importados de Francia. Todos estos talleres constituyeron una incipiente y primeriza Gran Logia Nacional de España.
En paralelo a esta masonería autóctona, pero de innegable influjo francés, se encontraba un cúmulo de logias bonapartistas y que dependían orgánicamente del Gran Oriente de Francia. El cargo de gran maestre de esta obediencia lo ostentaba el hermano de Napoleón, el rey José Bonaparte.
La importancia de esta masonería bipolar estriba en que, por vez primera en la historia española, la orden del gran arquitecto del universo disfrutará de plena libertad.
Perseguidos
El regreso de Fernando VII dio al traste con todo lo realizado por la masonería española. Sus miembros fueron ejecutados, encarcelados o condenados al exilio. La represión cesó durante el Trienio Liberal.
Tras el pronunciamiento de Riego, los masones recobraron de nuevo la libertad. El rey Fernando juró de mala gana la Constitución liberal de 1812, y durante casi tres años los masones ocuparon incluso cargos gubernativos.
Pero el panorama de la orden en la época era poco edificante, como describe Benito Pérez Galdós en su novela El Grande Oriente. Al comparar la masonería española con la foránea, el resultado es demoledor: “Los masones de todos los países existen tan solo para fines filantrópicos, independientes en absoluto de toda intención y propaganda políticas”. En España, en cambio, la institución era “una poderosa cuadrilla política que iba derecha a su objetivo [...]: proporcionar destinos, levantar y hundir adeptos”.
La revolución liberal fue derrotada por el absolutismo. De nuevo la represión se cebó en las logias. Todo aquel que ejerciera empleo público estaba obligado a jurar su no pertenencia a sociedad secreta alguna.
Años dorados
Muerto el monarca, el gobierno de su esposa y regente María Cristina cesó la represión. Los masones pudieron incorporarse a la administración y desarrollar sus trabajos con libertad relativa.
En 1868 estalló la Gloriosa, revolución que derribó la monarquía borbónica y envió al exilio a Isabel II. Se iniciaba el llamado Sexenio Revolucionario.
Fueron años dorados para las logias. Hombres de estado como Castelar, Pi y Margall, Nicolás Salmerón, Estanislao Figueras o Sagasta ostentaban altos grados en la masonería. El liberalismo y el republicanismo coincidieron en muchos de sus fines con los principios masónicos. El lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad” era común a todos ellos.
Sin embargo, esta racha de bonanza tuvo su contrapartida en el ansia desmedida de protagonismo de ciertos líderes, la desunión entre las obediencias y la falta de coherencia ética de algunos de sus miembros.
Dos de estas obediencias lograron rebasar la frontera entre siglos. Gracias al carisma y las dotes organizativas del catedrático de Historia Miguel Morayta, el Gran Oriente Español se convirtió en pocos años en la obediencia mayoritaria. También la Gran Logia Simbólica catalano-balear salió indemne de la crisis y amplió su radio de influencia a toda la nación, hasta que en 1921 se transformó en la Gran Logia de España.
La llegada de la Segunda República fue interpretada por los masones españoles como la ocasión por excelencia para hacer efectiva su triple consigna de libertad, igualdad y fraternidad. Diecisiete ministros de la república eran masones.
Tanto el comunismo como el nazismo coincidieron en su fobia antimasónica, prohibiendo y persiguiendo a sus miembros
Pero la reacción política, materializada en el golpe franquista, aprovechó la Guerra Civil para poner en marcha una brutal represión.
En realidad, el hostigamiento recorrió casi toda la Europa de entreguerras. Tanto el comunismo soviético como el nazismo coincidieron en su fobia antimasónica, prohibiendo y persiguiendo a sus miembros.
La acción del franquismo se llevó por delante a la mayoría de los masones españoles. Los pocos que sobrevivieron lo hicieron en el exilio. Decenas de templos masónicos fueron saqueados y destruidos. Los masones que no lograron ponerse a salvo fueron detenidos y fusilados sin formación de causa. Un decreto de 1938 establecía que todos los símbolos e inscripciones de carácter masónico que pudieran herir la sensibilidad de la curia católica debían ser eliminados.
Franco convirtió la masonería, junto con el comunismo, en el enemigo principal a batir, creando una ficción de unidad entre ambas organizaciones en uno de sus famosos contubernios.
El revanchismo de los vencedores continuó tras la Guerra Civil. En 1940 se publicó la ley para la Represión de la masonería, el comunismo y demás sociedades clandestinas, en la que se establecían penas de hasta 30 años de prisión para los altos grados y de doce años para los inferiores.
Miles de masones fueron encarcelados y otros tantos fusilados junto a los militantes de izquierda con quienes se les identificaba.
La fiebre antimasónica fue tal que se abrieron cerca de 40.000 expedientes por delito de masonería, cuando los miembros censados por las obediencias en el período republicano no llegaban a 6.000.
El largo exilio de esta institución finalizó recién iniciada la democracia, en 1977, cuando comenzaron los trámites para la legalización de la orden.
Sin embargo, la desunión continuó siendo la nota protagonista. El Ministerio del Interior tuvo que legalizar dos obediencias: el Gran Oriente Español y el Gran Oriente Unido. Esta última dio origen a la Gran Logia Simbólica de España, a cuya gestación contribuyeron miembros de la Gran Logia de Bélgica. También se sumaron al proyecto miembros procedentes de la Gran Logia de España descontentos con esta.
Al margen de tales acontecimientos, la masonería en la España democrática, con independencia de sus posibles discrepancias, goza hoy de entera libertad, aunque son muchos los enigmas que sigue planteando para el gran público.
Este artículo se publicó en el número 449 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.
Claudio tu sabes si nuestros queridos hermanos tienen influencia inglesa o española???
ResponderEliminarInglesa muy poca.
EliminarEspañola directa e indirecta mucha.
Por algo los principales convenios universitarios de la Utem hechos por L. Pinto y luego ampliados por Avendaño fueron realizados con universidades españolas hermanas en las que se siguen actualmente prácticas más rigurosas adaptadas a las exigencias de la Comunidad Europea.
Haaaaaaa
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