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EL ETERNO MISTERIO MASÓN
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EL ETERNO MISTERIO MASÓN
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Entrevista al Autor de "Masones y Libertadores"
Waldo Parra aclara algunos mitos en torno a la Logia a la que pertenece Alejandro Guillier, el precandidato que puso una doctrina de moda.
Por Roka Valbuena
En mis libros exagero la dramaturgia de la conspiración. Pero los masones son buenos".
"Entre los masones hay buenas personas y de las otras, como en todas las organizaciones", desliza Waldo L. Parra, 50 años, abogado y escritor, autor de "Masones y Libertadores", tomo uno y tomo dos (recién publicado), libros que mezclan las aventuras de patriotas con masones misteriosos. En este momento, él está al interior de La Gran Logia de Chile, un recinto vacío dado que los masones toman vacaciones en febrero. Waldo ha podido ingresar porque, afortunadamente, el Gran Maestro, Luis Riveros, aprecia su obra. El escritor ingresa con sus dos libros bajo el brazo y lanza una carcajada helada a un lente de fotografía. Ahora se sienta con vitalidad en el suelo, propone al fotógrafo una mueca juvenil e interesante a la vez, y apoya el índice en la sien. Entonces un masón, a quien distinguimos una vena de pánico en el parietal, le interrumpe el entusiasmo.
—Señor —le susurra—, está usted sentado sobre el escudo de la Masonería.
—¿Qué?
—El escudo, señor. Debe tener una actitud solemne.
—Disculpen —admite Waldo Parra y, en un segundo, se torna solemne. El masón le estrecha una mano y le dice que la Masonería valora su búsqueda literaria. "Usted", le señala, "ha puesto a la institución en dos libros, y el Gran Maestro valora su gesto. El Gran Maestro quiere que sus libros se vendan aquí, en este edificio". El masón se llama Alfredo y es un simpático liberal con la camisa dentro del pantalón. Ocurre ahí un intercambio de elogios.
Alfredo, el masón: "Gracias por su aporte".
Waldo, el escritor: "Gracias a ustedes por ayudarme".
Y sucede el abrazo de un masón con jerarquía y un simpatizante muy serio que, en clave literaria, ha escrito de ellos.
—Qué bueno saberlo —lanza Waldo al salir.
—¿Qué?
—Los masones me estiman —y empieza a flotar en dirección a un café.
Buenos y callados"La Masonería es la sociedad secreta más grande del mundo", lanza el escritor desde un Starbucks y dos hipsters se voltean. Es que el tema brotó hace unos días: Alejandro Guillier, el precandidato, puso una doctrina de moda. Se ha hecho oficial que es un masón en silencio, como todos los masones.
—¿Por qué los masones practican tan severamente el secretismo?
—No es que se oculten. La masonería surge a fines del siglo 18, cuando la Iglesia era muy preponderante y no convenía desafiarla.
—¿Y por qué siguen siendo secretos?
—Porque el secretismo ya es una tradición. Ellos son reservados, pero han construido el país.
Se dicen, entre ellos, hermanos. Pero un hermano jamás puede hablar de otro. Son comunicativos a puertas cerradas, a la hora de comer. Son proclives a la sobremesa y a la reflexión efusiva. Filosofan con tinto, sin perder la compostura, y arreglan el mundo digiriendo unas papas mayo. Pero si alguien quiere ser masón, debe ser paciente. Estudian la biografía del postulante por dos años: ponen énfasis en su línea de pensamiento y sus antecedentes penales. No hay convictos, ni extremistas. Buscan el equilibrio ideológico, tal cual lo dijo Alfredo, el masón: "Ni leninistas, ni pinochetistas". Y dijo además: "No reclutamos tanto a los que nos buscan. Nosotros buscamos a los que nos interesan".
—¿Y quiénes les interesan? —preguntamos a Waldo.
—Generalmente personas que, de alguna forma, estén cercanas al poder.
—¿Por eso ha habido once presidentes de Chile que han sido masones? (José Miguel Carrera, Arturo Alessandri Palma, Pedro Aguirre Cerda, Gabriel González Videla, Salvador Allende, entre otros)
—Eso puede estar más relacionado con que muchos son radicales. Pero, sí, en la Masonería está la reserva moral de lo más granado de la institucionalidad de nuestro país.
—¿Es verdad que son ordenados hasta físicamente?
—Hay de todo. Pero, claro, jamás he sabido de un masón que sea hippie.
Agrega que ese misterio que los acompaña es lo que los vuelve tan literarios. "Yo mismo, afirma Parra, en mis libros exagero la dramaturgia de la conspiración. Pero son buenos", enfatiza. Una vez se le acercó un hombre y le dijo: "Soy masón. Y recuerdo a su padre, ex oficial de Carabineros, autor del estupendo manual ‘Aplicación policial de la ley penal'". Y eso lo emocionó, recuerda, porque nadie había rescatado ese texto, sólo un masón lo pudo hacer.
—Y en otra oportunidad —continúa— se me acercó otro masón.
—¿Qué pasó?
—Me invitó a unirme a la Masonería.
—¿Qué sintió?
—Lo tomé como un halago. Pero en ese momento no pude. Hay que ir a las reuniones. Es exigente ser masón.
Y si viene un Presidente masón, piensa, pues que venga. Y si se activan más logias secretas, pues que suceda. "Yo, por mi parte", insiste, "haré más libros con los masones". Una saga. Quiere ser, anuncia, un Harry Potter para adultos con la temática de la Masonería. Ellos están haciendo un mundo mejor.
—¿Y usted, Waldo, por qué no es masón?
El escritor hace una intensa pausa y mira para los lados. Se pone de pie, se enmascara con unos anteojos negros. Y, yéndose, dispara:
—¿Y quién dijo que yo no era masón?
—Señor —le susurra—, está usted sentado sobre el escudo de la Masonería.
—¿Qué?
—El escudo, señor. Debe tener una actitud solemne.
—Disculpen —admite Waldo Parra y, en un segundo, se torna solemne. El masón le estrecha una mano y le dice que la Masonería valora su búsqueda literaria. "Usted", le señala, "ha puesto a la institución en dos libros, y el Gran Maestro valora su gesto. El Gran Maestro quiere que sus libros se vendan aquí, en este edificio". El masón se llama Alfredo y es un simpático liberal con la camisa dentro del pantalón. Ocurre ahí un intercambio de elogios.
Alfredo, el masón: "Gracias por su aporte".
Waldo, el escritor: "Gracias a ustedes por ayudarme".
Y sucede el abrazo de un masón con jerarquía y un simpatizante muy serio que, en clave literaria, ha escrito de ellos.
—Qué bueno saberlo —lanza Waldo al salir.
—¿Qué?
—Los masones me estiman —y empieza a flotar en dirección a un café.
Buenos y callados"La Masonería es la sociedad secreta más grande del mundo", lanza el escritor desde un Starbucks y dos hipsters se voltean. Es que el tema brotó hace unos días: Alejandro Guillier, el precandidato, puso una doctrina de moda. Se ha hecho oficial que es un masón en silencio, como todos los masones.
—¿Por qué los masones practican tan severamente el secretismo?
—No es que se oculten. La masonería surge a fines del siglo 18, cuando la Iglesia era muy preponderante y no convenía desafiarla.
—¿Y por qué siguen siendo secretos?
—Porque el secretismo ya es una tradición. Ellos son reservados, pero han construido el país.
Se dicen, entre ellos, hermanos. Pero un hermano jamás puede hablar de otro. Son comunicativos a puertas cerradas, a la hora de comer. Son proclives a la sobremesa y a la reflexión efusiva. Filosofan con tinto, sin perder la compostura, y arreglan el mundo digiriendo unas papas mayo. Pero si alguien quiere ser masón, debe ser paciente. Estudian la biografía del postulante por dos años: ponen énfasis en su línea de pensamiento y sus antecedentes penales. No hay convictos, ni extremistas. Buscan el equilibrio ideológico, tal cual lo dijo Alfredo, el masón: "Ni leninistas, ni pinochetistas". Y dijo además: "No reclutamos tanto a los que nos buscan. Nosotros buscamos a los que nos interesan".
—¿Y quiénes les interesan? —preguntamos a Waldo.
—Generalmente personas que, de alguna forma, estén cercanas al poder.
—¿Por eso ha habido once presidentes de Chile que han sido masones? (José Miguel Carrera, Arturo Alessandri Palma, Pedro Aguirre Cerda, Gabriel González Videla, Salvador Allende, entre otros)
—Eso puede estar más relacionado con que muchos son radicales. Pero, sí, en la Masonería está la reserva moral de lo más granado de la institucionalidad de nuestro país.
—¿Es verdad que son ordenados hasta físicamente?
—Hay de todo. Pero, claro, jamás he sabido de un masón que sea hippie.
Agrega que ese misterio que los acompaña es lo que los vuelve tan literarios. "Yo mismo, afirma Parra, en mis libros exagero la dramaturgia de la conspiración. Pero son buenos", enfatiza. Una vez se le acercó un hombre y le dijo: "Soy masón. Y recuerdo a su padre, ex oficial de Carabineros, autor del estupendo manual ‘Aplicación policial de la ley penal'". Y eso lo emocionó, recuerda, porque nadie había rescatado ese texto, sólo un masón lo pudo hacer.
—Y en otra oportunidad —continúa— se me acercó otro masón.
—¿Qué pasó?
—Me invitó a unirme a la Masonería.
—¿Qué sintió?
—Lo tomé como un halago. Pero en ese momento no pude. Hay que ir a las reuniones. Es exigente ser masón.
Y si viene un Presidente masón, piensa, pues que venga. Y si se activan más logias secretas, pues que suceda. "Yo, por mi parte", insiste, "haré más libros con los masones". Una saga. Quiere ser, anuncia, un Harry Potter para adultos con la temática de la Masonería. Ellos están haciendo un mundo mejor.
—¿Y usted, Waldo, por qué no es masón?
El escritor hace una intensa pausa y mira para los lados. Se pone de pie, se enmascara con unos anteojos negros. Y, yéndose, dispara:
—¿Y quién dijo que yo no era masón?
Como dice el gran maestro del humor y actual militante PC, "sospechosa la h... "
ResponderEliminar¿qué querrá provocar don Luis Riveros con este misil submarino?
ResponderEliminarCon internet se acaban con los secretos de los masones.
El secreto masónico es incompatible con el sistema democrático moderno que exige transparencia y providad.
ResponderEliminarProbidad.
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